El concepto de clínica en Psicología alude directamente a la práctica de atención de personas: pacientes o clientes, quienes al presentar dificultades mentales, psicológicas o psicosociales requieren de ayuda profesional especializada, en la medida en que su desarrollo y funcionamiento personal y / o social se ve afectado. En torno a esto, se puede consensuar que la psicología clínica se ocupa principalmente de tres aspectos:
Del estudio riguroso del funcionamiento psíquico de las personas, entendiendo que este es posible de desagregar en la observación, descripción, comprensión y análisis del desarrollo de los seres humanos, desde una perspectiva evolutiva y sistémica que integre variables familiares, culturales, históricas y sociales. En este marco, aparece con claridad la relación de la clínica con otras disciplinas como la psiquiatría, la antropología y la sociología. La clínica infanto-juvenil, en particular, se vincula con la pediatría, la psicopedagogía y eventualmente con la neurología, la fonoaudiología y la terapia ocupacional.
Del establecimiento y desarrollo de criterios de normalidad y anormalidad, o si preferimos de adecuación versus inadecuación, salud versus enfermedad, desarrollo armónico versus psicopatológico de la personalidad, etc.
Este segundo ámbito nos conduce al desarrollo, difusión y adecuada utilización de clasificaciones diagnósticas, y se conecta con la psiquiatría y con ramas de la psicología como la evaluación de la personalidad, el psicodiagnóstico, la psicometría y la psicología del desarrollo,
La definición de criterios de normalidad-anormalidad involucra necesariamente una concepción de ser humano que estará en buena parte teñida por el paradigma o enfoque epistemológico al que adhiera, más o menos consciente o inconscientemente, la persona del clínico. Siempre existe algún criterio de deseabilidad o adecuación, aun desde aquellas posturas que reniegan del valor de la psicopatología y el psicodiagnóstico.
A juicio de las autoras, más importante que cuestionar si realizar o no un proceso de psicodiagnóstico, las preguntas clave son: ¿cómo?, ¿para qué?, y ¿qué implicancias tendrá el realizar la evaluación? interrogantes básicas estas desde las perspectivas ética y técnica.
El uso de pruebas y técnicas psicodiagnósticas apropiadas adquiere especial relevancia en la psicología clínica infanto-juvenil, particularmente si se considera que los niños, en general, cuanto más pequeños, suelen presentar mayores dificultades para reportar verbalmente tanto la sintomatología como las situaciones que los conflictúan o tensionan y sus dinámicas internas. Otro elemento que hay que considerar en el trabajo con niños es la mayor labilidad y variabilidad en la presentación de los síntomas, dada su condición de personas en desarrollo, lo cual muchas veces dificulta el reconocimiento de una posible patología, variaciones de la normalidad o elementos propios de la fase vital por la que atraviesan.
La generación de estrategias psicoterapéuticas corresponde al tercer elemento propio de la psicología clínica y tiene como fin ayudar a las personas que presentan problemas o trastornos psicológicos a restablecer el equilibrio perdido o a efectuar cambios necesarios para desarrollarse y crecer de manera más sana.
El quehacer psicoterapéutico es el campo de acción que con mayor facilidad se asocia a la psicología clínica, lo que en ocasiones significa que se olvide o se le reste importancia a los dos elementos ya expuestos. Es indudable que tan importante como el trabajo directo con pacientes resulta ser el desarrollo de líneas de investigación que permitan contar con estrategias cada vez más efectivas y eficientes. Al respecto , cabe mencionar que los enfoques, métodos y técnicas psicoterapéuticos son numerosos en la actualidad y aún son escasos los estudios rigurosos acerca de su eficiencia y eficacia.
Tal como plantea Opazo, Bagladi y otros psicólogos chilenos del equipo CECIDEP, existen estudios que pretenden demostrar la eficiencia comparativa de un método por sobre otros en relación con dificultades psicológicas o trastornos específicos, pero la ”ideología” de quienes investigan, en gran parte de estos estudios, parece teñir de algún modo las conclusiones a las que se llega (Opazo, 1992 J.
A pesar de las limitaciones ya enunciadas, el cuerpo de conocimientos en torno a la clínica ha avanzado lo suficiente como para descubrir lo que se ha denominado ”el peso de factores inespecíficos” en el éxito o fracaso de una psicoterapia.
Con este concepto se alude a variables propias del terapeuta, del paciente o sistema consultante y de la relación que se establece y desarrolla entre ambos actores en un proceso psicoterapéutico. Las autoras adhieren a estos planteamientos, y con diferentes énfasis epistemológicos en los enfoques y estilos de trabajo postulan que el quehacer psicoterapeútico va más allá de las técnicas que puedan aprenderse a través de cursos o de la experiencia de formación clínica, aun cuando consideren que estos elementos sean esenciales en el proceso de formación de clínicos/as. Gran importancia cobran las variables relacionadas con la persona del terapeuta, y la calidad humana, la congruencia y la integración personal suelen ser su mejor herramienta de trabajo. A partir de lo anterior se desprende el valor de la propia experiencia de psicoterapia, en calidad de paciente, y el trabajo de supervisión clínica.
Los aspectos recién descritos son propios del quehacer de la psicología clínica en general, y adquieren ciertas particularidades en la especialidad de la clínica infanto-juvenil, que es aquella que se ocupa del segmento poblacional que comprende las etapas de la lactancia, preescolar, escolar, de la pubertad y la adolescencia. Esta última etapa resulta difícil de acotar en la actualidad, y en términos de salud pública se la operacionaliza poniendo el tope en los 19 años de edad (para efectos de registro, estadísticas e investigación), sin embargo, queda claro que muchos jóvenes de más de veinte años que continúan estudiando y/o no se han independizado aún de sus padres caben dentro del segmento ”adolescencia”, lo que se conoce como la extensión sociocultural de la moratoria.
Antes de finalizar este primer punto del capítulo quisiéramos agregar tres ideas que cruzan la definición y campos de acción de la psicología clínica infanto-juvenil.
Por una parte, deseamos llamar la atención respecto de1 peligro de1 desempeño profesional aislado. Visualizar el rol del clínico/a de niños/as como una tarea exclusiva y/o privilegiada por sobre otros profesionales que trabajan con población infantil juvenil -en sectores tan variados como salud, educación, justicia, etc.-, resulta miope y riesgoso para la salud psicológica, tanto de los pacientes como del propio clínico/a, limitando, en innumerables ocasiones, el ejercicio eficaz de la profesión. Al respecto nos sentimos cercanas a posturas como la de Luis Weinstein,quien considera que el trabajo de salud mental es un campo interdisciplinario y aplicado (Weinstein/ 1989).
Cuanto menor sea un niño y cuanto más carenciado o en situación de riesgo psicosocial se encuentre, resulta más dependiente de su entorno familiar y social, por ende, el valor del trabajo en red, la necesaria construcción de puentes y relaciones con otros profesionales y / o adultos vinculados al pequeño, es también tarea fundamental del quehacer del clínico/a. por lo mismo, nos parece imprescindible que desde las escuelas de pregrado se invierta mayor energía en la formación de los futuros profesionales de la disciplina en cuanto a la valoración y el aprender a trabajar en equipos interdisciplinarios y multiprofesionales.
El segundo elemento a subrayar es la necesidad de desarrollar líneas de investigación locales (viables para el país, para subculturas a nivel nacional, para América Latina) en los tres ámbitos ya señalados, vale decir, el psicodiagnóstico, el desarrollo y la actualización de criterios de salud psicológica v/s psicopatología (normalidad v/s anormalidad), y la generación de estrategias psicoterapéuticas.
La tercera idea abarca un aspecto que, si bien no es lo medular de la psicología clínica, resulta de trascendental importancia por la repercusión que tiene en la población con que trabajan psicólogos/as de la especialidad, nos referimos a la responsabilidad social de estos profesionales en la promoción y prevención de la salud mental de niños y adolescentes. Entre las diversas concepciones de salud, nos inclinamos por aquellas que ponen el acento en las capacidades, potencialidades del ser humano; siguiendo los planteamientos de Luis Weinstein, pionero chileno de la salud mental y el trabajo social, tomamos una definición ”simple” de salud, la cual nos remite a un ”conjunto integrado de capacidades biopsicosociales de un individuo o de un colectivo” (Weinstein/ op. cif./ p. 55). Desde este enfoque, pueden homologarse los términos salud y calidad de vida y no tiene mucho sentido una división taxativa entre salud física y salud mental, distinción más bien académica, en la medida en que la mayoría de las enfermedades comprometen una realidad psicosomática indisoluble. No obstante, al hablar de salud mental se pone énfasis en los aspectos más humanizados y más diferenciados de la salud (Weinstein, p. c2t,/ p. 1_8).
En el trabajo de promoción y prevención en salud mental se intenta optimizar la salud y el bienestar psicosocial, reducir los determinantes de riesgos y actuar sobre los condicionantes de la salud, asimismo se trata de evitar retrasar la a aparición, atenuar la severidad y duración de trastornos de salud mental en personas y grupos de mayor riesgo. Este tipo de acciones corresponden preferencialmente al ámbito de la atención primaria, pero en ocasiones pueden y deben desarrollarse en la consulta psicológica/ guardando directa relación con los pacientes atendidos y/o sus familias.
Extracto del libro:
Herramientas para el Psicodiagnóstico y nociones de Psicoterapia
M. Cecilia AretioA.
Paulina I. Muller C.
O. Ximena Mateluna C.
Universidad Diego Portales
ISBN 956-7397-32-5
Santiago, Chile